La falta de gol en los equipos cubanos de fútbol ya es una
enfermedad crónica. Da lo mismo que juegue en casa o afuera, que el
clima le favorezca, que el larguero se «ponga» de su lado, o que el
contrario equivoque el paso y quede en inferioridad numérica con muchos
minutos por delante. Con tanta pólvora mojada es imposible la victoria,
menos en una tercera ronda de eliminatoria mundialista frente a
oponentes con muchísimas más horas de vuelo.
Entonces, no habría que darle más vueltas a la noria para explicar
por qué este viernes Canadá sacó del césped del Pedro Marrero tres
puntos de extrema importancia, sin más sostén que un solitario gol
cuando peor jugaba. Así de cruel es este deporte con quienes se dan el
lujo de perdonar.
Pocas veces he visto tanto público convocado por el fútbol en la
instalación capitalina. Ni el duelo de turno en la Euro logró diezmar
las ilusiones de unos aficionados que, aun con tantas goleadas frescas
en la memoria, no deja de esperar por un milagro.
Tampoco había visto en mucho tiempo —para no ser absoluto— a un
equipo cubano manejar tanto el balón, pasearlo a ratos de un lado al
otro, al mejor estilo catalán. Pero más que méritos de un lado, había
una intención marcada en la otra trinchera de no correr más de lo
necesario, y sin arriesgar mucho, esperar por esas clásicas
ingenuidades de la zaga cubana para finiquitar el pleito.
Probado está que en el fútbol, más importante que tener la pelota,
es saber qué hacer con ella. Y ese fue el mayor pecado de los dirigidos
por Alexander González. Los suyos merecieron mejor suerte en la primera
mitad, pero Yenier Márquez no logró peinar con acierto un cobro a balón
parado, y el portero norteño le ahogó el grito de gol a miles de
aficionados cuando a la media hora sacó con las uñas un disparo cruzado
de Ariel Martínez.
Mientras, poco pasaba cerca de los tres palos defendidos por Odisnel
Cooper, hasta que Aliannis Urgellés se complicó la vida en el despeje
de un balón que terminó estremeciendo el larguero del arco cubano
segundos antes del entretiempo.
Lejos de dictar los compases del partido, de apretar el acelerador
para cambiar el ritmo y desgastar al enemigo, el equipo cubano se
acomodó al paso visitante. Hubo intentos de apretar en el inicio de la
segunda mitad y la idea prometía frutos, pero llegó el batacazo. En la
primera oportunidad que Yenier y Reysander Fernández perdieron el
rastro de Oliver Occean, este cabeceó hasta las redes un preciso centro
de David Edgar.
Los fantasmas de siempre salieron al ruedo, mas remar contra la
corriente pareció posible cuando el portero canadiense frenó una
posibilidad de gol tomando el balón con las manos fuera del área y vio
la cartulina roja. Pero la ventaja se hizo estéril porque una y otra
vez faltaron las ideas en una mediacancha retórica y precariamente
desconectada del frente, donde Dalaín Aira fue siempre un peregrino sin
rumbo.
De los cambios cubanos solo fue rescatable la intención, pues
ninguno logró mejorar el desempeño colectivo, y mucho menos acentuar la
ventaja numérica sobre el pasto.
Esta vez se perdió por la mínima y pudiera parecer un resultado
aceptable atendiendo a los desenlaces previos. Pero si se quieren
generar algunas ilusiones hace falta más que un nuevo técnico. Eso lo
sabe «Chande» González, ahora inmerso junto a sus colaboradores en un
análisis más pausado para hacer los ajustes necesarios. En el horizonte
está Panamá, que en su feudo el próximo día 12 será muy difícil de
batir solo con algunos disparos al aire.
Tomado de Juventud Rebelde